Elena no está
y me inunda su presencia;
mis manos extrañan abrazar su cuello
contar cada costilla,
detenerse en lo profundo de su vello;
y sólo verla, con contenida paciencia.
Me ahogo besando
su espalda, dulce tormento
al que mi boca con ingenua resignación
se somete sumisa,
disfrutando el veneno de esta nueva adicción,
blancura sin final, anhelado sufrimiento.
Nuestra noche
se transluce a los vecinos
y Elena finalmente, acerca sus labios,
como por casualidad,
y en un rapto de compasión, moja los míos,
que adormecidos, descubren nuevos caminos
y así, insomne
de más besos sediento,
velo a una diosa de negro, inmaculada,
(¡amor profano!!)
que sin palabras, me atrapa con su mirada.
Ella sabe que mi aliento, ya es adicto a su aliento
06 12 03
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